La duda de Santo Tomás

The Incredulity of saint Thomas
The doubt of st. Thomas
óleo sebre lienzo 81 X 100 cm
Año 2008

24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»


25 Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»

26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.»

27 Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.»

28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.»

29 Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

Evangelio según San Juan 20: 24-29


Susana y los viejos

Susana y los viejos
Sussana and the old men
Susanna in her bath
Suzanne au bain

Daniel 13, 1-9.15-17.19-30.33-62

"La inocencia de Susana"

En aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jelcías, de gran belleza y fiel a Dios, pues sus padres eran justos y la habían educado conforme a la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un espacioso jardín junto a su casa. Como era el más ilustre de los judíos, todos ellos se reunían allí.

Aquel año habían sido designados jueces de entre el pueblo dos viejos de ésos de quienes dice el Señor: «Los ancianos y los jueces que se hacen pasar por guías del pueblo han traído la maldad a Babilonia». Frecuentaban estos dos viejos la casa de Joaquín, y todos los que tenían algún pleito que resolver acudían a ellos.

Al mediodía, cuando la gente se había ido, Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos viejos la veían entrar y pasear todos los días, y comenzaron a desearla con pasión. Su mente se pervirtió y se olvidaron de Dios y de sus justos juicios.

Un día, mientras ellos estaban aguardando la ocasión oportuna, entró Susana, como de costumbre, acompañada solamente por dos criadas jóvenes, y quiso bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie más que los dos viejos, que estaban escondidos observando. Susana dijo a sus criadas:

«Tráiganme aceite y perfumes y cierren las puertas del jardín, para que pueda bañarme».

En cuanto se fueron las criadas, los dos viejos salieron del lugar donde estaban y fueron corriendo adonde estaba Susana, y le dijeron:

«Mira, las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve.

Nosotros te deseamos apasionadamente; consiente, pues, y deja que nos acostemos contigo. De lo contrario daremos testimonio contra ti, diciendo que un joven estaba contigo y que por eso mandaste fuera a las criadas».

Susana suspiró profundamente y dijo:

«No tengo escapatoria. Si consiento, me espera la muerte; si me resisto, tampoco escaparé de sus manos. Pero prefiero caer en sus manos sin hacer el mal, a pecar en presencia del Señor».

Así que Susana gritó con todas sus fuerzas, pero también los dos viejos se pusieron a gritar contra Susana, y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír gritos en el jardín, la servidumbre entró corriendo por la puerta de atrás para ver lo que ocurría. Cuando oyeron lo que contaban los dos viejos, los criados se avergonzaron, porque jamás se había dicho de Susana una cosa semejante.

Al día siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, vinieron los dos viejos con el criminal propósito de condenarla a muerte. Y dijeron ante el pueblo:

«Manden a buscar a Susana, hija de Jelcías, la mujer de Joaquín».

Fueron a buscarla, y ella vino con sus padres, sus hijos y todos sus parientes. Los familiares de Susana lloraban al igual que todos cuantos la veían.

Entonces los dos viejos, de pie en medio de la asamblea, pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón estaba lleno de confianza en el Señor. Los viejos dijeron:

«Estábamos nosotros dos solos paseando por el jardín cuando entró ésta con dos criadas, cerró las puertas del jardín y mandó irse a las criadas. Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver la infamia, corrimos hacia ellos y los sorprendimos juntos; a él no pudimos sujetarlo, porque era más fuerte que nosotros y, abriendo la puerta, se escapó; pero a ésta si la agarramos y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decirlo. De todo esto somos testigos».

La asamblea les creyó, porque eran ancianos y jueces del pueblo, y Susana fue condenada a muerte.

Pero ella gritó con todas sus fuerzas:

«Oh Dios eterno, que conoces lo que está oculto y sabes todas las cosas antes que sucedan: tú sabes que éstos han dado falso testimonio contra mí; y ahora yo voy a morir sin haber hecho nada de lo que la maldad de éstos ha inventado contra mí».

El Señor escuchó la súplica de Susana y, cuando la llevaban para matarla, Dios despertó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, el cual se puso a gritar:

«¡Yo soy inocente de la sangre de esta mujer!»

Todo el pueblo lo miró y le preguntó:

«¿Qué has querido decir con eso?»

El, poniéndose en medio de ellos, dijo:

«¿Tan torpes son, israelitas, que sin examinar la cuestión y sin investigar a fondo la verdad, han condenado a una hija de Israel? Regresen al lugar del juicio, porque éstos han dado falso testimonio contra ella».

Todo el pueblo regresó inmediatamente, y los ancianos dijeron a Daniel:

«Ven, toma asiento en medio de nosotros e infórmanos, ya que Dios te ha dado la madurez de un anciano».

Daniel les dijo:

«Separen a uno de otro, que quiero interrogarlos».

Una vez separados, llamó a uno y le dijo:

«Viejo en años y en maldad: ahora vas a recibir el castigo por los pecados que cometiste en el pasado, cuando dictabas

sentencias injustas condenando a los inocentes y dejando libres a los culpables, contra el mandato del Señor: “No condenarás a muerte al inocente y al que no tiene culpa”. Si de verdad la has visto, dinos bajo qué árbol los viste juntos».

El viejo respondió:

«Bajo una acacia».

Sentenció Daniel:

«Tu propia mentira te va a traer la perdición, porque el ángel del Señor ha recibido ya la orden divina de partirte por la mitad».

Después hizo que se fuera, mandó traer al otro y le dijo:

«Raza de Canaán y no de Judá: la hermosura te ha seducido y la pasión pervirtió tu corazón. Esto es lo que hacían con las hijas de Israel y ellas, por miedo, se les entregaban. Pero una hija de Judá no se ha sometido a su maldad. Dinos, pues, ¿bajo qué árbol los sorprendiste juntos?»

Respondió el viejo:

«Bajo una encina».

Daniel sentenció:

«También a ti tu propia mentira te traerá la perdición, porque el ángel del Señor está ya esperando, espada en mano, para partirte por el medio. Y de esta manera acabará con ustedes».

Entonces toda la asamblea comenzó a bendecir a Dios en alta voz, pues salva a los que esperan en él. Se lanzaron contra los dos viejos, a quienes por propia confesión Daniel había declarado culpables de dar falso testimonio, y les aplicaron el mismo castigo que ellos habían planeado para su prójimo. De acuerdo con la ley de Moisés fueron ejecutados, y así aquel día se salvó una vida inocente.




Poema Susana Y Los Viejos de Jorge Guillen





Furtivos, silenciosos, tensos, avizorantes,

se deslizan, escrutan y apartando la rama

alargan sus miradas hasta el lugar del drama:

el choque de un desnudo con los sueños de antes.



A solas y soñando ya han sido los amantes

posibles, inminentes, en visión, de la dama.

Tal desnudez real ahora los inflama

que los viejos se asoman, tímidos estudiantes.



¿Son viejos? Eso cuentan. Es cómputo oficial.

En su carne se sienten, se afirman juveniles

porque lo son. Susana surge ante su deseo,

que conserva un impulso cándido de caudal.



Otoños hay con cimas y ráfagas de abriles.

-Ah, Susana. -¡Qué horror! -Perdóname. ¡Te veo!














Elena sobre fondo dorado


Elena y el gato


siguemé


Junto al lago


Dánae


 
artículo en Wikipedia
 
En la mitología griega Dánae (en griego Δανάη, ‘sediento’) era una hija de Acrisio, rey de Argos, y Eurídice, hija de Lacedemón. Fue madre de Perseo con Zeus. A veces se le acreditaba la fundación de la ciudad de Ardea en el Lacio.

Decepcionado por carecer de herederos varones, Acrisio pidió un oráculo para saber si esto cambiaría. El oráculo le dijo que fuese al fin de la Tierra donde sería asesinado por el hijo de su hija. Para que esta no tuviese hijos, Acrisio la encerró en una torre de bronce o en una cueva. Pero Zeus la alcanzó transformado en ducha o lluvia de oro y la dejó embarazada. Poco después nació su hijo Perseo. Otras versiones afirman que en realidad el que sedujo a Dánae fue Preto, su tío, rey de Tirinto, que sería, según este relato alternativo, el padre de Perseo.

Enfadado pero sin querer provocar la ira de los dioses matando al descendiente de Zeus, Acrisio arrojó a Dánae y Perseo al mar en un cofre de madera. El mar fue calmado por Poseidón a petición de Zeus y ambos sobrevivieron. Alcanzaron la costa de la isla de Serifos, donde fueron recogidos por Dictis, hermano del rey de la isla, Polidectes, quien crió a Perseo.

Más tarde, después de que Perseo matase a la Medusa y rescatase a Andrómeda, la profecía del oráculo se hizo realidad.

Partió hacia Argos, pero como conocía la profecía marchó antes a Larisa, donde se celebraban unos juegos atléticos. Acrisio estaba allí por casualidad, y Perseo le golpeó accidentalmente con su jabalina o su disco, cumpliendo la profecía. Demasiado avergonzado para regresar a Argos, dio entonces el reino a su sobrino Megapentes y conquistó el reino de Tirinto, fundando también Micenas y Midea allí.

de Wikipedia



La burla


Autorretrato con gato


Julián


Elena sirviéndose agua


Lección de natación


Magdalena